jueves, 21 de marzo de 2013

El obispo Acuña

El obispo Acuña

Introducción

   Cuando estábamos preparando nuestra exposición sobre las Comunidades de Castilla, me extrañó no solo la participación de un miembro de la Iglesia, el obispo Acuña, en la rebelión de los comuneros, sino su ejecución posterior como consecuencia, aparentemente,  de su intervención en el conflicto.
   Esa extrañeza me incitó a indagar en la bibliografía sobre el tema y, al descubrir el trabajo de Alfonso M. Guilarte, El obispo Acuña. Historia de un comunero, centrado en la biografía de este personaje, pensé que tal vez podría, con su lectura, descubrir el porqué de que un cargo eclesiástico se convirtiera en uno de los “cabecillas” de la rebelión.

   En el Libro Primero de su obra Guilarte[1] nos habla de los orígenes familiares de Antonio Acuña. Al parecer procedía de dos linajes: el de los Osorio, vinculados al condado de Trastámara y marqueses de Astorga desde el siglo XV, y el de los Manuel más antiguo y de estirpe de reyes, ambos “poderosos en tierras, en vasallos, en rentas”[2]. Nacido en 1459, su padre fue Luis Acuña, el obispo de Burgos; su madre parece que fue Doña Aldonza de Guzmán, hermana de la condesa de Trastámara (aunque en el único documento que se conoce al respecto, el del cardenal de Ostia, se dice que es hijo del obispo de Burgos y de mujer soltera); sus otros hermanos fueron Diego Osorio y Teresa Guzmán. Actualmente puede resultar sorprendente que un prelado eclesiástico tuviera tres hijos pero, según el autor, en 1474 el sínodo de Burgos legitima el matrimonio de los clérigos con tal de que se vistiesen de otra manera, detalle curioso que desconocía por completo (pese a haber leído el Libro del Bien Amor del arcipreste de Hita).
   Saltándonos los numerosos datos que aporta Guilarte sobre la familia de Antonio Acuña (en especial de su padre), llegamos al inicio de su carrera eclesiástica. Habiendo profesado muy joven en la Orden de Calatrava, el Papa le absuelve de su compromiso con la misma y le faculta para recibir órdenes sagradas. En 1487 consigue la canonjía[3] de Burgos y en 1492 es arcediano[4] de la misma ciudad y capellán real. Acuña está en Roma desde 1505 a 1506 como embajador de don Felipe, el archiduque, por quien había tomado partido a la muerte de Isabel la Católica. Esa gestión, en parte[5], le valdrá el obispado de Zamora que, no sin la oposición de otros prelados y las intrigas del propio Acuña, se hace efectivo en 1507 o 1508. Según el profesor Guilarte, los años que ocupa la silla de Zamora, “anticipan lo que había de ser Acuña en 1520 y corresponden, en la historia de España, a las regencias de Cisneros y de Fernando el Católico y a los comienzos del reinado de Carlos V”[6], y ratifica con documentos esta actitud belicosa y codiciosa del obispo de Zamora en el capítulo IV de su libro.

   El Libro Segundo nos adentra en el tema de la rebelión comunera, sobre la que ya hemos trabajado. ¿Cuál va a ser el papel de Acuña en la misma? Veámoslo.
   Según refiere el autor, en mayo de 1520 “Zamora se lanza en masa contra sus procuradores, Bernardino de Ledesma y Francisco Ramirez que acaban de votar, en la Coruña, el servicio[7]solicitado por el rey”[8]. El conde Alba de Liste quiere castigar a los procuradores y se complica en el tumulto; nombra jueces a cuatro regidores pero no se celebra la vista porque el conde saca una sentencia que ya tenía preparada (la cual supone humillación para los procuradores pero no los condena a muerte).El caso es que Alba de Liste salva la vida de los procuradores y se apodera del gobierno de Zamora. Y aquí entra Antonio Acuña. Guilarte dice que parece que había una historia de enemistad con el convecino poderoso por cuestiones de poder.
   El obispo de Zamora, en principio, no era más que un testigo más o menos adepto a Carlos I el cual le había escrito una carta el 9 de mayo de 1520 solicitando de Acuña que “mantenga el orden” en esa ciudad[9]. Pero cuando Alba de Liste consigue el gobierno de Zamora, se apodera de la fortaleza y se dispone a fortificarla, Acuña interviene cerca de los regidores: pide que se suspendan las fortificaciones pues no tienen sentido ya que Zamora está de acuerdo con las otras ciudades comuneras, reclama la posesión de la fortaleza y pide las varas de la justicia.
   Al no conseguir su propósito, se marcha de Zamora con algunos de sus amigos y se instala en Toro. Allí reúne sus tropas y prepara la campaña que le ascenderá en poco tiempo a la capitanía comunera; cuenta con los clérigos soldados de esa diócesis y con gentes de Zamora y de Toro enviadas por las otras ciudades para recuperar la ciudad castellana.
   Acuña dice luchar por la reina contra los tiranos enemigos; respeta a la corona (cosa que como vimos en nuestra exposición ningún comunero pone en cuestión). Obtiene pronto la adhesión de los toledanos y se identifica con los capitanes que, en Tordesillas, se proclaman autorizados por Doña Juana. El obispo ya es un “capitán” más del movimiento comunero y empieza a ganar prestigio ante las ciudades que están “en el bien común”.
   Mientras, en Zamora, el conde Alba de Liste actúa a su antojo lo que Acuña aprovecha para hacer que la Junta se cuestione las “veleidades” de esa ciudad comunera y “despacha mandamiento: Alba de Liste, con el prior de San Juan y con Enriquez (amigo y tío del conde respectivamente) deberán salir de Zamora en término de tres días”[10]. Tardarán un poco más en marcharse pero finalmente abandonan la ciudad y en ella quedarán el provisor, el vicario, el canónigo Valencia y otros clérigos, todos ellos amigos de Acuña, que van a vivir a las casas del señor obispo “culpantes o favorecedores de la comunidad e de su junta”, les calificarán los realistas. El obispo no entra en la ciudad, se conforma con comprobar que se han cumplido las órdenes de la Junta y se aleja de Zamora.
   Después, desde Toro, Acuña se comunica con Burgos donde tiene familia y amigos y casa dispuesta a recibirle. En esa ciudad, también comunera, en junio de 1520 había sido nombrado corregidor Diego de Osorio (hermano de Acuña) que es “elegido por la gente que grita en las calles y en las plazas”[11], pero el cargo se le escapa de las manos ante una serie de desmanes de los vecinos[12]. El condestable de Castilla, para enderezar las cosas, decide ser corregidor de Burgos; será expulsado de la ciudad en septiembre de 1520.
   Acuña, pensando que esta acción está “bien decidida con los de la Junta”, decide entrar en la ciudad lo que no consigue por la oposición de algunos fieles al condestable. Entonces centrará sus esfuerzos en la destitución del infante de Granada en Valladolid el cual, piensa el obispo, amenaza traicionar el “santo propósito”. En octubre de 1520 sale de Tordesillas dispuesto a apoderarse del infante y sus seguidores; tampoco en esto conseguirá su propósito.
   En noviembre de 1520, en la oposición al rey actual, ya no queda más que la guerra y los dos bandos están preparados lo mejor que han podido: El de las ciudades, en Tordesillas; el de los gobernadores con los nobles, en Medina de Rioseco.
   En los mandos comuneros hay cambios importantes. A Girón le hacen capitán general y Padilla, enfadado, se vuelve a Toledo. Don Pedro Girón y don Antonio Acuña son parientes de sangre lo cual explica, en parte, que a la llegada del primero ascienda en prestigio el segundo. Ambos contratan mercenarios para la lucha; Valladolid, que ha “despedido” al infante de Granada, reúne gente en ayuda de Girón y Acuña.
   La armada de la Junta abandona Tordesillas y se dirige a Medina de Rioseco. En el cerco a esa villa está también Acuña que se lanza sobre Villabráxima, a media legua de los gobernadores. Mientras Acuña y los suyos levantan el cuartel de esta villa y se dirigen a Villalpando, el 5 de diciembre, el ejército de los gobernadores toman Tordesillas. Confirmado el desastre, las tropas comuneras abandonan las tierras de Villalpando; Girón y Acuña las llevan hacia Valladolid. Allí se traslada la Junta y sus capitanes dispuestos a desquitarse por el revés de Tordesillas.
   Acuña ya está embarcado en la campaña de Tierra de Campos, que inicia a finales de siembre de 1520 y termina en febrero de 1521, a donde ha ido por indicación de la Junta la cual había acordado que “el señor obispo de Zamora vaya a Palencia. Deberá poner a los palentinos en razón y allegar recursos para la causa; tratará de haber algún dinero de las rentas reales y de la Cruzada”[13].
   Las “correrías” de Acuña por Tierra de Campos provocan la reacción de los gobernadores; hay que cortarle el paso para que no se presente en Burgos. Los palentinos y los de Dueñas incitan al obispo para que vaya contra Magaz y su castillo. Acuña lo hace en enero de 1521 y parece[14] que se produce un saqueo en la villa por parte de los comuneros aunque no consiguen el castillo que guarda el comendador García Ruiz de la Mota[15].
   Desde finales de enero Acuña fija su posada en Valladolid[16] en donde permanecerá hasta su marcha a Toledo a mitad de febrero. En Valladolid, cuartel general de la armada de las ciudades, se habla de la vacante de la mitra de Toledo y del propósito de doña María (la mujer de Padilla) de que la ocupe su hermano, don Francisco de Mendoza. Las Cortes comuneras acuerdan, el 7 de febrero, que Acuña pase a Toledo para proveer el arzobispado mientras estuviese vacante. Y allí se va el obispo hacia el 20 de febrero de 1521.Días después Padilla cerca de Torrelobatón, operación en la que Acuña no participa; será la última victoria comunera en Campos. El obispo tendrá algunas dificultades en el camino (como la batalla entre un grupo de soldados del prior de San Juan y otro de los de Acuña y la herida de este en dicha batalla).
   Por fin el 29 de marzo entra en Toledo; todos le vitorean. Es investido como capitán general en el reino de Toledo, en ausencia de Padilla, y toma posesión del arzobispado, solo en lo temporal, a título de administrador, no sin la oposición de algunos canónigos, preparando efectivos para continuar la rebelión comunera. Captura Villaseca y combate con gentes del prior en Illescas y en la Sisla.
   El viernes 26 de abril de 1521 llega a Toledo la noticia de que el condestable había desbaratado a Juan Padilla en Villamar y prendido a este y a otros muchos. Padilla, Bravo y Maldonado serán ejecutados terminando así la revuelta y el gobierno de los comuneros. En la ciudad toledana Acuña sigue resistiendo; pretende protagonizar otra ofensiva contra los realistas, pero no lo consigue. Cuando ve que todo se ha perdido piensa en abandonar Toledo e ir a Navarra: lucharía contra los franceses y Carlos I le perdonaría.

   El Libro Tercero narra el final de Antonio Acuña. El 24 de mayo es capturado y hecho prisionero en Navarrete. Será procesado y juzgado por cuarta vez en abril de 1524 aunque el proceso se paraliza. En los primeros días de febrero de 1526 el cautiverio del obispo en Simancas resulta insoportable “porque no pierde la esperanza de volar”[17]. Con la complicidad de varios sujetos decide escapar; mata a su carcelero Noguerol y le detienen antes de hacer efectiva su huída. Es sentenciado a muerte en la horca, sentencia que se cumple el viernes santo de 1526. El juez Ronquillo que instruyó el caso y el mismo emperador serán excomulgados por ello y posteriormente absueltos.

Conclusión

   Después de intentar resumir la trayectoria del obispo Acuña, tan dilatada en acontecimientos como corta en el tiempo (apenas seis años desde que se une a los comuneros) para comprender su intervención en la historia, solo puedo llegar a una conclusión: Acuña solo es un hombre más de su tiempo, con ansias de poder y ascenso en su categoría social y eclesiástica, con unos manifiestos deseos de notoriedad y, tal vez, partidario de una causa que le pareció que iba a ayudarle a conseguir esos dos ingredientes: poder y notoriedad (que a veces son la misma cosa).
   En ese contexto, y minimizando el hecho de que su actuación fuese contraria a la que debe tener un hombre de la Iglesia, la vida del obispo de Zamora, Antonio Acuña, no es más ni menos intensa que la de cualquier caballero de su época (y me viene a la memoria el caso de otro obispo, el de Valencia, que luchó con el Cid en la Reconquista cuatro siglos antes.
   Quizá, imbuida de una visión romántica de la historia, esperaba encontrar motivaciones personales más “idealistas” que las que he podido obtener de la lectura del libro de Alfonso M. Guilarte, que creo bastante objetivo y documentado.
   En cualquier caso, esta lectura me ha servido para profundizar en un hecho que, en mi primer contacto con la Historia hace años, tal vez había magnificado: el de la rebelión de los comuneros.


[1] GUILARTE, Alfonso M., El obispo Acuña. Historia de un comunero, Valladolid, Editorial Miñón, 1979.
[2] Pág. 23 de la obra citada.
[3] Prebenda o dignidad por la que se pertenece al cabildo de una catedral.
[4] Canónigo que ejercía jurisdicción bajo las órdenes de un obispo en una parte de la diócesis.
[5] Don Felipe muere en 1506 y es su suegro, don Fernando, a pesar de algunas vacilaciones, el que lo confirma y la bula del Papa la que lo permite.
[6] Pág. 63, Obra citada.
[7] Los 300 millones de maravedíes que pidió Carlos I a las Cortes castellanas.
[8] Pág. 84. Obra citada.
[9] Esta carta parece que no sentó bien a Acuña; él había escrito a Chièvres una carta para pedir del rey la embajada de Roma, la cual no tuvo respuesta. Esto, según Guilarte, apoyaría la versión de que el obispo pasaría a formar parte de los “resentidos”, de los “cesados” por los hombres de Flandes que gobernaban Castilla.
[10] Pág. 94. Obra citada.
[11] Pág. 101. Obra citada.
[12] Como el asesinato del francés Cofre de Colanes a quien el rey había gratificado con la fortaleza del castillo de Lara.
[13] Pág. 127. Obra citada.
[14] Guilarte dice que “lo sabemos por lo que cuentan los adversarios” (pág. 135), lo cual indica que no hay pruebas documentadas sobre ello. Más adelante (pág. 139), el autor afirma que el cargo de “tomador de las nuestras rentas” será la acusación principal del emperador  contra Acuña.
[15] Este comendador dirá después cosas terribles del obispo: “Ha entrado en la iglesia, se ha llevado cruces y ornamentos, se ha llevado hasta un vestido de la Virgen” (pág. 135, obra citada).
[16] Según Guilarte (pág. 141), los maliciosos cuentan que Acuña organiza en Valladolid una especie de  procesión . Los manifestantes proclaman el destino santo de los caudales que se piden y piden también el auxilio divino a favor de una recaudación fructífera. Algún dinero dispensaría el asalto a los conventos vallisoletanos, iniciativa que se quiere colgar en exclusiva al obispo de Zamora. En todo caso, más aparatosa que rentable, la operación fomenta la leyenda negra de Acuña y de la cofradía comunera en general.
[17] Pág. 186, obra citada.

1 comentario:

  1. ¡Magnífica aportación Gloria! Desde luego, Acuña es una figura interesantísima, cuya vida, asimismo, refleja alguna de las características del siglo XVI.
    Atentamente,

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